16/8/12

Relato- Igualdad de oportunidades


"ALAS  RECORTADAS"
(Fotografía finalista en el certamen "CAMINOS DE HIERRO 2018")
 

          Al llegar a Madrid, mientras transitaba por los pasillos entre la estación y el metro, al fondo distinguí una cara conocida, no la podía identificar, pero sin saber por qué, sentí una gozosa inquietud. La impaciencia me invadía mientras escrutaba en mi mente. Según nos acercábamos acudieron los recuerdos.

             Hace tres años durante un largo vuelo, esa joven y yo mantuvimos una entrañable conversación. No me lo podía creer, esa muchachita que nunca había salido de su pequeña aldea, de una cultura tan distinta y tan sellada, un ser tan... "de otra civilización", ahora en medio del ajetreo de la gran urbe. Recuerdo la sensación al sentarme a su lado, era como si la aeronave fuera a enlazar dos mundos de un salto y en nuestros contiguos asientos estuviera la representación de ambos.

             En ese viaje de Bombay a Madrid abrimos nuestros corazones. Yo sentía curiosidad de por qué habría tomado ese vuelo. Comencé a hablar con ella, con su básico inglés me dijo que era de Nagore, un pequeño pueblo indio costero del estado de Tamil Nadu. Perdió a sus padres siendo muy pequeña durante una invasión del mar a su pueblo. No tenía opciones ni de estudiar ni de trabajar dignamente, hacía las tareas que le mandaban, impropias para su edad. Tenía inquietudes, pero vislumbraba un oscuro porvenir, sin esperanza y todo por haber nacido mujer en un país donde su sexo tenía un tratamiento muy distinto de por vida. Mi joven compañera de viaje se llamaba Lakshmina que significa "prosperidad".

              Me dijo que Teresa, una española voluntaria la conoció en su pequeño pueblo viviendo con sus tíos en precarias circunstancias que empeoraron aún más tras aquella inundación. Teresa, después de innumerables trámites consiguió que viniera a España para acogerla. Lakshmina tenía dieciséis años cuando realizó ese viaje.

             Recuerdo que al llegar, la acompañé por el aeropuerto hasta encontrarnos con  la mujer que luchó por traerla a su hogar. Me conmovió la alegría de ambas mujeres en su esperado reencuentro.

             Al llegar a casa, esa noche me costó conciliar el sueño, estuve reflexionando sobre aquel encuentro, reviviendo el entusiasmo que sentía con una persona que acababa de conocer, el sentimiento de unión que se puede generar entre dos seres humanos por mucha diferencia que haya entres sus culturas, cuando existe esa comprensión sin rémoras.

         En aquellos pasillos del metro, Lakshmina y yo nos íbamos acercando. A lo lejos podía percibir que el brillo de sus ojos no había cambiado.

             Recuerdo con el corazón en un puño cómo me describía lo que ocurrió tras aquella gran ola que todo lo quiso cambiar de forma brutal y para siempre. Una desgracia inmensa da paso al comienzo de una nueva vida de gracia como si la naturaleza supiera que es necesario un cambio y no viera otra forma de hacerlo.

             Lakshmina me contaba cómo las mujeres de su tierra veían pasar las escasas oportunidades delante de sus ojos y como simples observadoras sabían que no serían para ellas. La consigna de ellas es oír, ver, y calladamente... sufrir. Afortunadamente, Lakshmina era aún joven, inquieta, con afán de aprender. Yo podía percibir en ella cierta vehemencia para progresar y esas inquietudes hicieron que su destino la acercara a mi mundo y se hospedara en una tierra como en la que yo vivo cruzando el "túnel" en ese vuelo intercontinental que unía dos universos.

             La esencia que nos genera nos fija un sexo, un lugar y una familia para vivir, pero las obsesiones, miedos y avaricia de algunos humanos cercenan las alas de los seres señalados por nacer de una manera, como una fuerza abrumadora que lo hace todo desesperadamente inamovible para que cunda la quietud, esa falsa armonía que aparentemente favorece a los que ponen las normas, que mantiene a cada ser donde está, ahogando inquietudes, sin oportunidades.

             Lakshmina en plena juventud, gracias a la irrupción en su vida que supuso aquella catástrofe, quería buscar un cambio pero no era posible en su tierra. Cada cultura tiene sus propias reglas para abrir o cerrar puertas, el mundo no es uniforme y por ello a veces tenemos que buscar otros accesos.

             Lakshmina y yo estábamos ya a unos metros, me miró fijamente, después de unos segundos de titubeo me reconoció, sonrió con el negro brillo de sus ojos y luego con sus labios, abrió sus brazos y nos fundimos en un largo abrazo en el medio del pasillo, el tiempo se paró para nosotras mientas el resto de los viajeros caminaban con prisa a nuestro alrededor.

 Me dijo que iba a su trabajo y la acompañé. Debía de sentirse muy afortunada por haber conseguido una dedicación digna con la que ganarse la vida, algo imposible en otro espacio-tiempo. Vivía en España desde aquel día que aterrizó dos años atrás. Consiguió la nacionalidad, ahora era independiente gracias a su voluntad y a un poco de ayuda. Nadie la despreciaba por ser mujer ni por su casta. La vida se hace más o menos digna según los "trenes" que pasan y a los que nos podemos subir.

             Mientras caminábamos, compartíamos nuestras vivencias con la alegría de dos amigas que se reencuentran.

             Escuché entusiasmada a este ser luchador por salir a flote. El grado de progreso de un país se podría medir por la igualdad de derechos y oportunidades entre sus ciudadanos. En unos países más que en otros es habitual que haya más asientos para el sexo masculino en los trenes de las oportunidades.

             Parecía increíble que por ocho horas de separación temporal de su tierra, lo que dura una jornada laboral, todo pudiera cambiar tanto.

             Hoy en día Lakshmina y yo estamos en contacto, nuestros vínculos aumentan, conocemos cómo tratan a las mujeres en algunos lugares del mundo, cómo las recortan sus alas y hemos hecho causa común para luchar por ello.

             Yo soy Samira que significa: "La que cuenta historias en las noches", mis padres me trajeron de Marruecos cuando era pequeñita y conseguí abrirme paso en esta tierra. Laksmina y yo brindamos con el mundo para que todos pongamos nuestro granito de arena en la balanza de la igualdad.


                                                                                                        Alejandro Pérez García

 

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